miércoles, 22 de julio de 2020

CARDAMOMO PARA TU ALMA...


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Se la llevaron diez minutos antes de que yo llegara a la planta, quizás nos cruzamos, cada una en el hueco de un ascensor. Yo subía despistada, ella bajaba. Ella, en realidad, es la que subía.
Siempre aparezco en la planta con los auriculares puestos, me los voy quitando mientras mis pasos se acercan acelerados al control de enfermería. Habitualmente hay mucho alboroto, risas, conversaciones cruzadas, en ocasiones suspiros de angustia, de agobio o de falta de tiempo.

Las compañeras que salen se cruzan con las que llegamos y todas tenemos prisa. Nos ubicamos unas al lado de las otras y comienza el cambio de turno. Nos intercambiamos información de los pacientes en un cuarto pequeño, sobre una mesa con sillas altas, a veces ni nos sentamos mientras comentamos las incidencias del turno. A la derecha de la mesa hay un corcho en el que veo una postal de color blanco y que con enormes letras de colores pone en mayúsculas “muchas gracias”. La tomo en mis manos y puedo leer un texto cargado de cariño en el que nos agradecen la humanidad con la que hemos tratado a “su madre Juana”.

Un escalofrío me recorre la espalda y antes de atreverme a preguntar por ella intuyo la respuesta, “Juana se ha muerto, se la acaban de llevar”.
La conocí hace dos semanas. Quince días en un hospital son casi media vida y en especial cuando las circunstancias de los pacientes son tan delicadas que resultan ser los últimos.

A lo largo de los años, las enfermeras desarrollamos un sexto sentido que parece indicarnos cuándo un paciente se está despidiendo de la vida. En ocasiones se aferran a ella, en otras la abandonan con calma, siempre estamos ahí, cuidar en la muerte es parte de nuestro trabajo. Nuestra herramienta profesional es el sufrimiento de las personas y eso no deja de ser doloroso para nosotras, ni siquiera cuando es algo rutinario.

Para ser buenos profesionales debemos aprender a manejar nuestra empatía. Un término medio entre la frialdad absoluta, que nos convertiría en enfermeras sin corazón, y un exceso de vínculoafectivo, que nos convertiría en enfermeras sin criterio para tomar decisiones dolorosas, pero necesarias para el cuidado adecuado de los pacientes.

Era un martes por la mañana cuando entré en la habitación de Juana por primera vez. Vi a una mujer de unos setenta años, con una palidez extrema, dificultad para respirar y con un gesto serio. Su rictus parecía indicar que era una mujer estricta pero amable. Me presenté y me respondió con un acento francés que me resultó muy agradable.
Era la hora de su dosis de antibiótico, de sus inhaladores y de sus pastillas. Ella me preguntaba sobre todos y cada uno de los fármacos que le iba administrando y yo se lo explicaba mientras iba realizando la tareas mecánicas. Le colocaba un sistema de suero, una bomba de infusión, le cambiaba las gafas nasales de oxígeno por la mascarilla de nebulización y mientras, le explicaba en qué consistían los procedimientos y el tiempo que iba a tardar en poder levantarse de la cama, para acudir al baño y poder realizar su aseo.
Le pareció adecuado el tiempo que le proponía antes de poder asearse y agradeció su medicación. Refería sentir una ligera fatiga que seguro que iba a mejorar con la medicación que yo tenía entre mis manos.
Regresé a su habitación unos quince minutos más tarde, para desconectarle el sistema de suero y la mascarilla, y se levantó para ir al baño. Siempre que veo que uno de mis pacientes está fatigado pienso si será adecuado que se levante. Me da miedo que empeoren y les observo con admiración, por la fuerza de voluntad que demuestran cuando quieren seguir siendo autosuficientes para realizar actos tan rutinarios como acudir al aseo.
Para un paciente en esas condiciones es muy común tirar la toalla y dejar que los profesionales seamos sus manos y a veces también sus pies. Pero la mayoría de mis pacientes oncológicos, conscientes de su gravedad, cogen con fuerza su autocuidado como una cuerda que les amarra a la vida.

Juana llegó fatigada del baño y se dejó caer sobre el sillón con la dignidad del soldado, que acaba de vencer una batalla. En ese mismo momento mi compañera le dejaba la bandeja del desayuno sobre la mesita y Juana pedía con su acento afrancesado un poco de agua caliente para poner una de sus infusiones. Las guardaba en su mesita, le acerqué una de sus bolsitas de té y le comenté que a mí también me encantaba tomar infusiones y que adoraba el aroma del café, pero que nunca lo tomaba. Ella sonrió y asintió con la cabeza mientras, metódicamente, iba colocando todos los elementos necesarios para disponerse a desayunar. La dejé mientras trataba de encontrar un poco de orden y paz, en medio del caos que supone una planta de hospitalización, a la hora de los desayunos.

Al día siguiente la noté más animada y con ganas de charlar, mezclaba palabras en francés de vez en cuando y le pregunté la razón de ese descontrolado bilingüismo. Me contó que había vivido muchos años en Bélgica, tiene allí a parte de su familia. Trabajó en una oficina durante treinta años y crió a tres hijos. Hablamos de los chocolates belgas y le pregunté qué tipo de infusiones eran las que guardaba en el cajón.

Nunca sabes qué tema de conversación va a unirte con un paciente, se crean lazos invisibles, que como en la vida personal, te atan a una persona irremediablemente sin saber cómo ni por qué. Una de las partes de mi profesión que más me apasiona, es conocer historias personales de los pacientes. Me gustan las personas, observo los libros que leen, los objetos personales que les acompañan y definen a la vez. Siempre que el tiempo me lo permite, intento conocer quiénes son, fuera de los muros de la séptima planta.

Juana me contó que su mejor amiga, en Bélgica, era una mujer inglesa que le enseñó a amar el té y le explicó qué infusión era la adecuada, según la hora del día. Yo le confesé mi gusto por el arte de los aromas y me definí a mí misma como una sibarita. No soporto esos lugares en los que llaman infusión a un poco de agua caliente con una bolsita arrojada al fondo de la taza. Ella enseguida se declaró miembro de mi equipo de sibaritas y encontramos un tema que nos transportó a alguna experiencia olfativa especial de nuestra vida.

El sentido del olfato es el encargado de procesar olores que determinados elementos desprenden y que el aire nos transporta hasta el interior de nuestro cuerpo, creando experiencias, que antiguamente, nos ayudaban a valorar la calidad de los alimentos o nos alertaba de situaciones de riesgo.

El olfato nos hace caer en brazos de las personas que amamos, sentimos su olor durante la noche, y en la oscuridad, la memoria de su perfume nos abraza. Cuando queremos evocar un aroma, el cerebro, es capaz de hacerlo, desatando en nosotros recuerdos que perduran toda la vida. Creo que todos podemos rememorar olores de nuestra niñez.

Juana y yo empezamos a hablar de nuestros sabores favoritos y lo fácil que era reconocer a un sibarita como nosotras. Siempre olemos el vapor que desprende nuestra taza y hacemos gestos con la mano para acercar ese aroma a la nariz. Somos raras, lo se, eso nos unió.
Reconocimos que a veces una taza de té es un momento de paz interior, de soledad buscada, de momentos de tomar conciencia de un solo sentido. Otras veces es una excusa para una charla, pero en la mayoría de las ocasiones, tomar un té es un momento de soledad.
La favorita de Juana era la infusión de cardamomo, yo nunca la había probado. Me ofrecí a llevarle un poco de esa infusión de mi tienda favorita, pero me dijo que su hijo vendría de Bélgica y le había encargado todo lo necesario para una temporada. Tengo que probar el cardamomo, le dije.
Tuvimos muchas más conversaciones, me hablaba de su familia y me preguntaba acerca de su proceso. No comprendía cómo su cáncer de pulmón le estaba provocando síntomas que nunca había sentido hasta ese momento. Terribles dolores de espalda y una ansiedad que calmaba pidiéndome algún ansiolítico. Me los agradecía con la calidez y la ternura de quien se sabe en manos de la enfermera que acude a la llamada.
Poco a poco le fui administrando morfina para calmarle el dolor y la disnea. Cuando pasaba a preguntarle qué tal se sentía siempre refería lo bien que le venía y lo a gusto que se había quedado. Mi sexto sentido me iba avisando de que su final se iba acercando.

Una tarde cualquiera, de un turno cualquiera, pasé a saludarla al comienzo de mi rutinario paseo por las habitaciones. No me gustó cómo la sentí. Estaba muy agitada, desorientada y luchaba para mantener los ojos abiertos. Seguía afrancesando sus frases pero su conversación carecía del ingenio que la caracterizaba. Supe que su final se podía tocar con la punta de los dedos. Esa tarde ya no merendó su infusión, no podía.

A veces siento la necesidad de huir ante estas sensaciones que me ahogan las garganta como unas garras. Me escapo al cuarto de baño a respirar y encontrar la fuerza suficiente para mantener una sonrisa. Busco la calma suficiente para que, tanto el paciente, como sus familiares sepan que las decisiones que se deben tomar, son siempre basadas en el conocimiento profesional, acompañado de una dosis de la suficiente empatía.

Hay personas que creen que las enfermeras no tomamos decisiones y que sólo ejecutamos órdenes. Esas creencias están completamente alejadas de la realidad. Tomamos decisiones a todas horas y observar al paciente es la base para tomar dichas decisiones.
El fin de la vida de un paciente puede resultar un fracaso para un médico, una enfermera asume de un modo más humano esta situación. Somos conscientes de que debemos cuidar también en la muerte. Eso nos permite detenernos y aún con el nudo en la garganta que nos ahoga, sabemos cuando es necesario llamar al médico, ofrecer a la familia la posibilidad de despedirse y deshacer los nudos de aquellos que tenemos delante, con las explicaciones necesarias, para que vivan ese momento con la seguridad de que su decisión está basada en el amor.

El médico acude a mi llamada y escucha mis explicaciones. No puedo ya calmarle el dolor con los medios que tengo. Se reúne con su familia y se decide iniciar una sedación.
Rompo metódicamente unas veinte ampollas de medicación que poco a poco voy agregando a un suero y entro en la habitación.

Siempre que voy a colocar una sedación, no se porqué razón, mi nudo me permite sonreír, creo que es un signo de calidez. No se si estoy equivocada pero me parece que es el mejor modo de

transmitir tranquilidad a todas las personas que observan ese suero que llevo entre mis manos, que es para ellos el final de una madre, de una tía, de una abuela, de una esposa...
Juana me dijo “estoy muy cansada hoy”. Le dije que le iba ayudar a dormir para que estuviera mejor, nunca se sabe qué decir en ese momento. La promesa de dormir, de descansar, creo que es la más acertada, al menos es lo que yo creo.

Se durmió. Pasé a verla varias veces, hasta que por fin el sueño venció al cansancio y su gesto era plácido y relajado. La dejé acompañada de su familia. Todos pudieron despedirse.
Yo dejé mi uniforme en la taquilla aquel día y salí corriendo. Las puertas automáticas dejan atrás el nudo de la garganta, pero algunas historias siempre me acompañan camino a casa. Soy consciente de que aliviar el dolor es el principal objetivo cuando ya no hay nada más que hacer, pero la levedad de la vida es algo aterrador que aparece en mis pesadillas muy a menudo.

Todos tratamos de acallar esos miedos. Los que tenemos la suerte de entender la fragilidad del ser humano vivimos más intensamente, aunque a veces se nos olvida. La vida nos absorbe con preocupaciones absurdas, pero hay ocasiones en las que nos ubicamos de nuevo en la punta de la ola y nos deslizamos. Unas veces de golpe, otras mecidos por la espuma, pero la caída a tierra es inmediata y recordamos que lo que separa a la vida, de lo otro, es muy fino, invisible y misterioso. Hoy he decidido impedirle a la vida que me absorba, me quiero dedicar tiempo a mí misma, a mis pensamientos, a respirar, a escribir y a dejarme emocionar. He ido a mi lugar favorito, que como todo en la vida, lo encontré sin buscar y me curó alguna que otra herida, usando aromas que se deslizan por mi interior.

He pedido una infusión de cardamomo, por fin podré probarla, Juana. En este lugar es muy fácil recordarte y hacerte un pequeño homenaje. Sirven las bebidas con mimo, cuidan los detalles y entre sibaritas nos entendemos. Tú me habrías entendido.

Por fin me traen esa taza humeante, la acerco a la nariz, creo que me va a gustar tu infusión favorita. Espero el tiempo necesario para que termine de cocinarse esa magia que luego calentará mi boca y mi garganta, salgo a la calle con la taza entre mis manos, ante la extrañeza de la gente, y dejo caer unas gotas de aroma a cardamomo al suelo, a la tierra. Esta infusión es por tí, espero que te llegue su olor, a través del aire, hacia el lugar en el que estás.




lunes, 27 de abril de 2020

MI PRIMERA PASTILLA PARA DORMIR...

El puto bicho ha llenado de miedo la vida de todos. No os voy a explicar obviedades, sólo quiero contar “mi historia”. Necesito ordenarla, primero para mí y después si quieres leerla, también para tí.

Una noche de la semana pasada, tuve que tomar una pastilla para dormir por primera vez en mi vida. Siempre he aguantado bien las noches, los turnos y la falta de sueño. Tengo la capacidad de recuperarlo a cualquier hora, no me preocupa. Aquella noche, el silencio de la calle golpeaba en mi oido y se convertía en ruido. No podía dejar de escuchar como retumbaba y los pensamientos iban a la velocidad del sonido. Las emociones traducidas de aquellos pensamientos me hacían dar vueltas en la cama sin parar.

Me levantaba, me acostaba, giraba hacia un lado, hacia otro… y nada. Tuve que darme por vencida y reconocer que no estaba siendo capaz de manejar la oscuridad, el aislamiento, la soledad, la incertidumbre, el miedo, al fin y al cabo. Busqué y encontré la calma en forma de pastilla y me dí por vencida. Quise dormir para no pensar. 




Dormir es uno de los mayores placeres de la vida. Nos acostamos como premio a un día agotador, llevamos a cabo algún ritual personal que nos relaja. A veces soñamos, a veces pensamos en nuestras pasiones, la oscuridad suele ser testigo de momentos de luz, de historias que al resguardo de la noche surgen entre el silencio y el susurro. Me negaba a que el puto bicho también me arrebatara otro de mis placeres, pero me presento ante todos con las manos vacías y gastadas. Me rindo, también eso me lo ha arrebatado. 

Ya no sueño, tengo pesadillas, ya no puedo dormir como forma de placer. Duermo para escapar, para que pase el tiempo. Las horas se hacen demasiado pesadas, los días llenos de apatía son más ligeros si cierro los ojos artificialmente. Me has arrebatado mis sueños, puto bicho.

Quizás otro día hable de lo que me has enseñado, pero hoy sólo me apetece dormir.

martes, 31 de diciembre de 2019

NO TE DESEO FELIZ AÑO NUEVO...

No creo en los grandes retos de Año Nuevo, ni en las promesas de cambio en listas tituladas "Para el 2020, voy a...".
No creo en la sinceridad de esas felicitaciones enlatadas, que lo mismo sirven para el compañero de trabajo, que para tu amiga de la infancia.
No creo en la felicidad impuesta en cenas plagadas de marisco, en las que a veces las personas no se conocen de nada.
No creo que nada de lo que nos proponemos en estos días sea real, sincero ni meditado con la profundidad que los cambios precisan. Son más bien el resultado de un exceso de comida, de gastos, de compromisos, de prisas y de agobios que nos vacían y alejan de la realidad diaria.

Cada uno de nosotros tenemos un proceso de crecimiento y aprendizaje muy íntimo y personal. Por esa razón os manifiesto mi incredulidad por "cambios vitales" marcados por el calendario. Una de las maravillas de la vida, es que siempre podemos partir de cero. Mañana puede ser el inicio de una mejora, mañana puede ser un gran día (como decía aquel), pero el 1 de Enero no es nada, al menos para mí.
Las estadísticas dicen que pasadas unas tres semanas, esas grandes promesas de fin de año, ya han pasado a la historia. Supongo que nos proponemos gestos demasiado serios y poco realistas. Mejor poco a poco, amigos.
El carácter, la personalidad, los hábitos... son el resultado de pequeñas decisiones, de pequeños gestos que cuesta mantener en la rutina, que a veces nos absorbe.




Ese "No" a una mala alimentación mantenida en el tiempo. Ese 10 de Marzo, que durante una tarde lluviosa, uno decide salir de casa a hacer ejercicio. Ese cigarro que rechazas tras dos semanas sin fumar. Ese libro que pones en tu mesita de noche para que te acompañe de madrugada. Esa agenda, que decides olvidar los fines de semana para dejarte llevar por los planes improvisados. Ese amigo que decides llamar para comer, cuando no lo impone el calendario. Día a día, poco a poco... Siendo realistas. Los grandes gestos suelen quedar muy bien en el papel, pero no nos cambian, al contrario, nos frustran cuando se convierten en un peso demasiado fuerte para cargar con él.

Comencé este año vacía, perdida y borrada, igual que las huellas sobre la arena, desgastada por las olas infernales de un temporal. Lo termino un poco más llena, como resultado de un trabajo diario. Mañana sólo deseo continuar llenándome, puliendo mis fallos y siendo más capaz de perdonarme, cuando los cometo. No hay grandes gestos, hay un trabajo diario. Pequeñas decisiones y gestos, que nos van enseñando donde está nuestra verdadera calma.
Debo, debemos ser más amables con nosotros mismos. Lo cual implica mantener hábitos saludables, buenas compañías, que nos hagan sonreír y que pongan su hombro para que nos apoyemos. Ser amables con nosotros, nos empuja a dedicarnos tiempo, cariño, descanso, perdón... El resto, supongo que ya no depende de nosotros.

No te deseo Feliz Año. Para alguien tan acostumbrada como yo a vivir sin tener en cuenta el calendario, es más correcto que te desee "se amable contigo mismo", "ten un buen día", "toma pequeñas, buenas decisiones" o "date espacio para equivocarte".

Si decides felicitarme, no me digas "Feliz Año Nuevo".










martes, 3 de septiembre de 2019

PERDER ES UNA DESGRACIA... O NO...

Mi sistema de creencias se está cayendo últimamente.

Me estoy dando cuenta de que las creencias sirven para rodearnos de rígidos corsés que nos aportan enorme seguridad pero que nos restan aire fresco. El ser humano busca seguridad con todos y cada uno de sus actos, la evolución nos ha "construido" así. Hace miles de años el enemigo era ese mamut que nos podía pisar la cabeza, la falta de alimento y las enfermedades infecciosas, fruto de las malas condiciones higiénicas.

Hoy en día, con nuestras necesidades básicas cubiertas (al menos en nuestro ámbito) el enemigo es un monstruo interior llamado "miedo". Cada cual tenemos el nuestro, pero como ente invisible que es, las armas pasan a ser complicadas construcciones mentales que no siempre son sencillas de encontrar. Ya no nos sirve con escondernos en una caverna, tener una buena cosecha o lavarnos las manos antes de comer. Para tratar de combatir al miedo, contamos con sistemas de creencias que nos procuran senderos por los que transitar, nos ayudan a tomar decisiones sin pararse a reflexionar en exceso. Echamos mano de nuestro particular libro de instrucciones y decimos frases petulantes que comienzan por "yo creo que es mejor...", "yo creo que...", "es que yo siempre he creído...". Pues yo creo que (frase petulante modo on) todo esto es variable y que nuestras creencias se pueden disipar de un día para otro, a la vez que la vida nos da una bofetada y nos coloca en aquel lugar que considera que debemos conocer y del cual debemos aprender.



Esta supuesta desgracia, que supone para mí que mis creencias me estén abandonando, me está generando un estado de mayor vulnerabilidad y... ¡SORPRESA! Lo que a priori me parecía un problema, es ahora una bendición. Y como ya sabéis, que soy muy admiradora de las frases que voy rescatando por ahí, os dejo una que me parece que describe a la perfección lo que os trato de explicar... "Aquello a lo que te resistes, PERSISTE".
He decidido no resistirme y mandar mis creencias al rincón de pensar, prefiero sentirme insegura y vulnerable. Esto me está llevando por nuevos caminos, quizás nuevas creencias, descubrimientos y fabulosas experiencias de las que vais a ir formando parte.
CONTINUARÁ...

sábado, 5 de enero de 2019

¡¡SALUD EN UN CLICK CLICK... HURRA!!

Todo comenzó con un mensaje de Don Sacarino...
Y por arte de magia se formó un grupo de mentes inquietas y un poco rebeldes. Yo soy la más mayor de todos ellos, nos separan kilómetros y años, nos une la pasión por compartir, las redes sociales, la comunicación y las ganas de ser los "raros" del lugar. Yo soy una rara orgullosa, lo llevo como bandera, hace tiempo que no me preocupa.
En una videollamada se sentaron las bases del proyecto, se le puso nombre, distribuimos las tareas, se creó una web, twitter, instagram y facebook. La videollamada duró menos de una hora. Hay empresas, hospitales o servicios de salud que tardan meses e incluso años en llevar a cabo estas acciones. Ahí lo dejo...
Yo estaba en mi sofá, sorprendida de la fluidez con la que nos comunicábamos nueve personas que no nos habíamos visto nunca. ¿Qué nos unía? Un propósito. Creo que esta es la razón de la eficiencia con la que trabajamos aquel día, y los días que llevamos.
En otra ocasión os contaré el objetivo del grupo, hoy me apetece hablar del grupo en sí mismo, de la parte humana.
Hemos creado un grupo para comunicarnos. En él tenemos charlas tan diversas que darían para un libro de enfermería, humor, psicología o filosofía. Sin pretenderlo hemos fundado unos códigos de comunicación. Los que trabajamos a turnos sabemos muy bien que vivimos en horarios muy dispares, así pueden haber charlas a las dos de la mañana y a las cinco de la tarde, da igual. Siempre hay alguien despierto.

Nos contamos temas personales, poco a poco hemos ido creando unos vínculos difíciles de explicar. Discrepo totalmente de las opiniones que banalizan sobre las redes sociales y que opinan que nos alejan de las personas. Creo firmemente que es todo lo contrario, nos acerca a nuestros pares.
 Quizás en nuestro entorno es imposible encontrar a personas que tengan intereses comunes con nosotros, eso en ocasiones hace que se pierdan por el camino inquietudes que podrían resultarnos muy enriquecededoras, de este modo nos alimentamos de gente con la que crecemos y que nos hace sentir "en casa" a través de la pantalla de un ordenador. El problema es cuando perdemos la capacidad de comunicarnos con los que tenemos en frente. Debemos considerarlas como una herramienta más para socializar, el problema está cuando sólo se socializa vía internet.


Os voy a presentar a mis pares en esto de Salud en un click.

Ana: Apasionada del cuidado de los niños. Se encarga de transmitir conocimientos para que el mundo de los padres primerizos sea menos aterrador, fiel convencida de la educación para la salud, de la enfermería escolar y de todo lo que tenga que ver con los más pequeños. Tiene en su casa a una niña muy especial,  para ella es su guía, su angel. Dios se la puso en el camino para hacer de Ana un ser que va mejorando el mundo allá por donde pisa. En ocasiones da tanto a los demás que se fatiga, pero eso son los efectos secundarios de la bondad. Es muy jóven, estoy segura que aprenderá a decir NO, pero aún le cuesta.

María: Valenciana. La gente la adora en redes sociales, ahora he entendido porqué. Es generosa, Con una fuerza de voluntad de hierro.Su "obsesión" personal es la de fomentar el adecuado uso de las vacunas, una labor vital en este tiempo en el que parece que alguien ha convencido a muchos de que hay una "teoría de la conspiración" y que las vacunas son el demonio que nos inocula veneno, sólo puedo llamarles "ignorantes", lo demás se lo dice María a golpe de infografía y educación para la salud. Es una persona humilde y con convicciones muy fuertes. Su aspecto dista mucho de la fuerza interior que transmite cuando nos habla.

Elena: Es puro conocimiento. Creo que es de esas personas que trasmiten una fuerza sobrenatural, que es capaz de atender un tráfico, un infarto, un ictus, escribir una entrada sobre la interpretación de electros, preparar una clase, corregir exámenes, editar un podcast y salir a pasear a sus perros mientras nos envía audios sobre cualquier proyecto que le bulle en la cabeza. Es fuerte pero creo que nos tiene a todos engañados. Es pura sensibilidad, responsable, perfeccionista, emprendedora y eso a veces la agota. Creo que este año va a aprender a no hacer nada, a escuchar el silencio, creo que tiene muchas cosas que contarle.

Ágata: La más jóven del grupo,  a veces nos da lecciones de sentido común a los más mayores. Se niega a aceptar muchas cosas porque sí, va a hacer que se tambaleen muchos cimientos. Va a lograr poner muchas "caras coloradas" con sus apabullantes argumentos. Lleva poco tiempo siendo enfermera, pero conoce muy bien la profesión, va a ser capaz de cambiarla, estoy segura. Tiene una sonrisa permanente y con ella va a ser capaz de llegar muy lejos. También le cuesta decir NO. Crece muy rápido. Es responsable y muy valiente.

Sergio: Emprendedor. Nuestro enfermero, casi dietista del grupo. Otro "culo inquieto" que tiene web, podcast, trabaja, estudia, cocina, enseña... Sergio es un estupendo creativo que te monta una web en un pestañeo. Es el fichaje perfecto para cualquier empresa. Ama la alimentación, se le nota. Tenéis que escuchar sus podcast, habla claro sobre nutrición, con él no sirven las excusas. Dieta sana sí o sí..

Óscar: Un enfermero curioso, generoso, que comparte sus investigaciones con todos con el objetivo de que seamos un poco más rigurosos en nuestros procedimientos. Forma parte de iniciativas que suponen un compromiso personal que él desempeña con gusto. Un enfermero muy jóven, muy talentoso y que va a ser un referente en temas de investigación, no me cabe la menor duda.

Jesús: Un gaditano en Noruega. No sólo ha sido valiente para irse tan lejos para buscar su futuro, si no que ha decidido compartir sus vivencias y aprendizajes con los demás con el objetivo de ayudarles. En mi caso, jamás me iré a trabajar a Noruega pero me encanta seguir sus andanzas, todo lo cuenta con la cercanía adecuada como para que me genere curiosidad. Con él todos estamos en Noruega, nos envía fotos de sus platos de reno estofado y auroras boreales. Otro creativo que nos hace sonreir en forma de GIF cada día. Este año encontrará su lugar en Noruega, estoy segura de ello. Va a plantar raices.

Adrián: Don Sacarino. Pura energia, quema su glucosa creando entradas en su web, organizando charlas, podcast o iniciativas como esta. Ha logrado convertir la patología, que llamó a su puerta en la adolescencia,  en su arma. Gracias al aprendizaje que le ha aportado su diabetes, se ha convertido en un referente en el tema. Ha creado una enorme familia que le agradece la templanza con la que aborda un tema que a veces entra en las casas para desbaratar vidas muy jóvenes. Le encanta la pediatría y la docencia, estoy segura de que en algún momento logrará unir ambas vertientes. Transmite tranquilidad, calma, sosiego pero Adrián es pura energia. Ha sabido encontrar la forma de trasnformar esa energia en calma, crear contenidos de un modo desinteresado. En el caso de Adrián que da claro eso de que "la energia no se crea ni se destruye, se transforma".

Menudo equipo, ¿eh? Creo que queda todo dicho. Seguiremos informando.


miércoles, 5 de septiembre de 2018

¿ENFERMERA YOUTUBER?

23  de abril de 2018, la enfermera que os habla cumple 40 años. No encuentro mejor día para iniciar el nuevo proyecto que forma parte de mi proceso de "evolución". Nace mi canal de Youtube "Enfermera en evolución", un pequeño lugar en el que trato de aprender mucho y enseñar un poco.
Considero que el canal me está permitiendo crecer en muchos aspectos. He conocido a personas, que desde sus ajetreadas vidas, tienen la intención de hacer del mundo un lugar mejor, esto no tiene comparación con lo poco que yo pueda enseñar a través de los vídeos a aquellas personas que se animen a ver lo que tengo que contarles.
Así que os confieso que el proyecto de enfermera youtuber es la excusa para que yo pueda aprender de todo lo que me rodea.

La experiencia nació durante el máster de enfermería digital que cursé el año pasado y se hizo realidad cuando mi amigo Carter (el creador de un canal de viajes llamado Carter vlogs) me enseñó lo entretenido que es ver el mundo desde la pantalla de una cámara. Él derrocha pasión por lo que hace y es contagioso, por ese motivo conocerle fue un empujón para atreverme a comprar una cámara y empezar a pensar qué es lo que quería contar.
Mi principal objetivo, además de mi propio enriquecimiento, es lograr contagiar a alguien la pasión por la vida sana.
En segundo lugar, y no menos importante, está darle visibilidad a la figura de la enfermera, como catalizador de una historia con moraleja que tenga como resultado final un aprendizaje que nos permita tener una vida más sana.
En tercer lugar estaría una idea más ¿romántica? que no se sí yo seré capaz de alcanzar. Contar historias, mostrar cómo ven mis ojos (o más bien mis gafas) el mundo que nos rodea.



Soy gran consumidora de canales de youtube en los que sus creadores hacen grandes esfuerzos por mostrarnos un mundo mejor al que los medios de comunicación hacen. Parece que a alguien le interesa que seamos una sociedad con miedo, de este modo somos mucho más manipulables, el miedo paraliza. Yo soy una persona bastante tendente al desanimo, es por esto que necesito rodearme de estímulos positivos, de personas con entusiasmo por lo que cada amanecer les procura. Estas reflexiones (junto con lo que os cito anteriormente) me influyeron en mi decisión de formar parte de este grupo de personas que tratan de lanzar mensajes positivos, noticias de gente trabajadora y sincera y pasear con la cámara a cuestas para lograr atrapar lo bueno que nos rodea. Para malas noticias, desanimo, fracasos, gente mala y días lluviosos ya habrá tiempo.

Si os gusta esta idea de que una enfermera forme parte de este selecto grupo de youtubers podéis ir a mi canal y suscribiros. Tengo la esperanza de que a los consumidores de youtube no sólo les interesen vídeos de belleza. Guardo la esperanza de que la salud también se convierta en un tema de interés y que una enfermera pueda mostrar un mundo mejor, nuestra figura no debe estar siempre ligada al sufrimiento y a la enfermedad. ¿No os parece?

miércoles, 13 de junio de 2018

Tres meses de crecimiento más un máster...

Hoy me asomo a la pantalla en blanco para seguir construyendo este diario personal que comparto con aquellos que se animan a acompañarme en el camino.
He revisado la fecha de la última entrada y parece que ha pasado más tiempo desde que escribí la última vez, ya que han sido tres meses de muchas "primeras veces". Tengo el acuerdo tácito con mi pareja para hacer de cuando en cuando "algo" por primera vez, esto lo hacemos inconscientemente a veces pero en otras ocasiones tenemos que forzarnos a salir de nuestro espacio de confort y decidimos pequeños retos, experiencias, sabores u olores que nos suelen despertar sensaciones que quizás desconocíamos. En el aspecto profesional hace bastante tiempo que no me enfrentaba a ninguna "primera vez" y en estos tres meses han sido varias, os las voy a contar y así me ayudo a mí misma a recordarlas y valorarlas.
En abril fue la primera vez que viajé invitada a dar una charla en un congreso fuera de Asturias. Me invitaron al Hospital de Tomelloso a presentar el proyecto que, junto con otros compañeros, hemos creado y que ya os citado varias veces, www.oncodudas.es. Se trata de una web con información para el paciente oncológico. Este proyecto, lejos de quedar en un hecho aislado, ha sido la llave que me ha abierto una puerta a un mundo apasionante, la enfermería digital. Aún estoy mirando a través del umbral de la puerta, pero lo que vislumbro me está invitando a entrar. Tras la puesta en marcha de este proyecto, sentí que como enfermera tenía la obligación de aprender más sobre este tipo de herramientas que se acercan a la población y que la importancia de internet en nuestra sociedad iba más allá del manejo de una plantilla de Wordpress, es un estilo de vida o mejor aún es EL estilo de vida de la sociedad que nos rodea y que no son ni más ni menos que nuestros pacientes.

¡Menudo descubrimiento! Puedo sacar a la enfermera del hospital, a esto puedo sumarle otra de mis pasiones, que es la comunicación y encima voy a hacer algo por primera vez.
Es emocionante sentir que no todo está hecho y que hay inquietudes que se presentan casi sin planearlo. ¡Qué lejos de la cultura del "hacer cursos para La Bolsa" o de "empollar legislación para la OPE"!
Me puse manos a la obra, planifiqué una charla para Tomelloso, con mucha ilusión y puse en práctica conocimientos que estaba adquiriendo en el maravilloso máster de enfermería digital (que se merece una entrada propia para que os lo explique bien), que se ha convertido para mí en otra pieza clave para lograr meter la "llave" en esta "puerta", en cuyo umbral me encuentro ahora.
Después de esa charla vinieron otra dos, esta vez en mi hospital. Una con alumnos de enfermería y otra en unas jornadas, en las que tuve la suerte de estar en la mesa de clausura con Fernando Campaña, un referente en esto de la enfermería digital. Otras dos primeras veces y todo en menos de tres meses.
Debo reconocer grandes nervios, boca seca, tazas de tila, inseguridad, diapositivas que iban a la papelera de continuo, horas de ensayo por casa... No es fácil hacer cosas por primera vez, da miedo, pero una vez superadas es muy gratificante. He sentido el placer del trabajo no del todo mal hecho.
Creí que en plano profesional ya lo tenía todo más o menos controlado, pero se han presentado nuevos retos que han activado a la profesional y a la persona.
Incluso ser incomprendida por algunos me parece correcto, ya que los pequeños cambios comienzan siempre ante la mirada de sorpresa e inquietud de aquellos que hace mucho tiempo que no experimentan algo por primera vez.
Seguiremos informando de primeras veces.